Ridley Scott (‘Gladiator’, ‘Prometheus’) nos brinda con ‘Napoleón‘ la posibilidad de ver una película, un espectáculo, que está fuera del tiempo, que no pertenece a esta época. Enredarse en una producción de esta naturaleza, de estas ambiciones (desmedidas) y de semejantes dimensiones es un acto de admirable tozudez por parte de su director y, a día de hoy, una experiencia exótica para el espectador. La película de Scott en torno a la figura de Napoleón es interesante ya sólo por eso, por insólita y obstinada. Pero no es ese su único atractivo.
Es condición indispensable entenderla como una aproximación libre al personaje, sin exigirle la precisión y el rigor histórico que Scott ha decidido manejar a su antojo. Es la mejor manera de disfrutar de su retrato sórdido y alucinado de Napoleón, interpretado por Joaquin Phoenix, que brilla especialmente cuando explora la dimensión más grotescamente infantil y egoísta del personaje.
También de enfrentarse al relato, tremendo y con aristas muy estimulantes, de la relación entre el protagonista y Josefina (Vanessa Kirby, imponente): toxicidad, dependencia, una forma muy extraña de entender el compromiso y la devoción. Pero, cuestiones de enfoque a un lado, Napoleón tiene su baza principal en las espectaculares escenas de batalla. En tiempos de malos refritos digitales, es un placer contemplar secuencias tan bien concebidas, tan bien coreografiadas, tan fastuosas y contundentes.