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Cómo es la segunda temporada de El encargado: poné a Francella otra vez, que bien vale la pena

Cuando pisó el streaming en octubre del año pasado, El encargado dejó en claro que transitaría por el carril del riesgo, apuntando la mira a un tipo de personaje que casi siempre es periférico en las ficciones argentinas: el del portero (como coloquialmente se los llama). La aceitada dupla que integran Mariano Cohn y Gastón Duprat -la misma de Nada– convirtió a Eliseo en una criatura simpáticamente enigmática, que no sólo sedujo en los once episodios de la primera temporada, sino que supo reinventarse en la segunda -que se estrena este miércoles por Star+- sin perder un gramo de esencia.

El Eliseo de Guillermo Francella es el mismo y un poquito más. Es el tipo amable, algo pusilánime y muy servicial que ven muchos propietarios del edificio que está “a su cargo”, pero también es el cínico, vengativo, rencoroso y mentiroso que vemos los que estamos de este lado del balcón.

No es que padezca trastornos de personalidad, sino que goza de la magia de los creadores y del actor para contar una historia diferente a las conocidas en el ilimitado planeta de las series: el año pasado vimos cómo el consorcio se las ingenió para (intentar) prescindir de sus servicios y para demoler su humilde vivienda en la azotea del edificio.

Eliseo, el hombre al que le sobran buenos modales y le faltan escrúpulos. Foto: Star+Eliseo, el hombre al que le sobran buenos modales y le faltan escrúpulos. Foto: Star+Apenas descubrió los hilos de lo que sintió como traición, comenzó el operativo revancha, que puso en primer plano sus sombras y sus míseras oscuridades. Y ahí mismo se encendió el relato. ¿Qué más se podía esperar luego de que su living deviniera en escombros y de que su ropa de trabajo se guardara en la valija del adiós? Pero antes de que cayera el telón del 2022, se pudo ver la primera jugada de su tablero de ajedrez para montar el operativo retorno.

Y, un año después, no sólo vuelve la serie, sino que Eliseo está de regreso en el edificio de Belgrano, ocupando el 1° B. Algo así como el refugio de la resistencia. ¿Sigue la batalla contra el consorcio? No sólo hay un cambio de enemigo, sino que su viejo y odiado rival, el doctor Matías Zambrano -que vive unos pisos más arriba y quería construir la pileta en lugar de la casita del encargado- ahora es su querido cómplice en un nuevo frente de batalla librado con quien viene a ocupar el 6° A.

Recién llegada, Lucila Morris -un personaje conocido por su fundación de ayuda a «la gente en situación de calle”- representa esa pieza clave de toda comunidad edilicia que busca revisar cada viejo centavo gastado y poner bajo la lupa a los sospechosos. Obstáculo permanente para el camino ambicioso de Eliseo, Lucila marca la incorporación de la actriz María Abadi al dream team de actores, que en esta tanda de siete episodios cuenta con participaciones especiales de Norman Briski, Diego Torres y la “China” Suárez, entre otros.

Los roles clave de Abadi y de Martín Slipak no sólo no le quitan protagonismo al duelo actoral de Francella y Gabriel Goity, sino que cuando Eliseo y Zambrano se cruzan la serie se dispara hacia lo mejor de la comedia universal. Se impone una química infalible entre dos que parecen conocerse de memoria. Pero, lejos de jugarla de taquito, echan mano a lo mejor de su oficio. Sin ánimo de spoilear, uno de los momentos geniales, imperdibles, entre ellos, se da alrededor del minuto 20 del segundo episodio, cuando se suman a una campaña solidaria.

En esa escena, sus personajes van por lo benéfico, pero los actores terminan yendo por ese escenario simbólico que sostiene que el arte y la risa ayudan a sanar. Son pedacitos de gracia que, “ese” más o “ese” menos, se agradecen especialmente en tiempos en los que la ficción nacional ya no parece ser lo que era.

Zambrano (Goity) y Eliseo (Francella) en una obra solidaria de Lucila (Abadi). Y en una de las mejores escenas de la serie. Foto: Star+Zambrano (Goity) y Eliseo (Francella) en una obra solidaria de Lucila (Abadi). Y en una de las mejores escenas de la serie. Foto: Star+Tan ágil como la primera, con capítulos que merodean la media hora, la segunda temporada de El encargado sigue la huella del relato original, matizado por otros conflictos de convivencia, conveniencia y lealtad. Y todo puesto en pantalla con un extremo cuidado estético.

Hay algo de costumbrismo en la pincelada barrial y en la dinámica diaria de los que entran y salen, hay algo de identificación genérica en varios de los personajes que traspasan ese umbral, hay un interesante cóctel de rasgos y emociones en la construcción de Eliseo y hay un verdadero riesgo en la apuesta de ventilar trapitos sucios de esa sociedad que arman a la fuerza una administración y un consorcio, que no siempre maridan bien. Y que, colgados de la soga del streaming en la terraza del conflicto, son trapitos que, risa va, risa viene (y a veces queda), invitan al debate.

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