Probablemente no goce del reconocimiento mediático de otros colegas ni del empuje de la imagen de un ex tenista de elite, pero muy pocos especialistas y analistas coyunturales podrían refutarlo: Sebastián Gutiérrez es el entrenador argentino del momento. Con perfil moderado, sumergido en la prepotencia del trabajo, en el cultivo de los vínculos personales con sus tenistas, en la serenidad de sus palabras, acaba de concretar un logro que bien podría calificarse como «inédito»: impulsó y acompañó por tercera vez a un jugador a desbordar la barrera de los cien mejores del ranking mundial.
No se trata de un dato menor: insertarse en el anhelado top 100 representa mucho más que un número en el ecosistema del tenis. «Meterse», como suele decirse en el microclima de las raquetas, implica sostener toda una temporada en términos económicos, porque mantener un ranking de esa naturaleza –sobre todo para un tenista sudamericano– garantiza, entre otras cosas, el ingreso a los cuadros principales de los Grand Slams.
Un singlista que perdió en la primera ronda del Abierto de Estados Unidos, en septiembre pasado, embolsó por caso unos 80 mil dólares menos impuestos. Es el privilegio al que habrá llegado el marplatense Francisco Comesaña, ganador de su quinto Challenger en Oeiras, Portugal, y debutante en el top 100 como el 96° del ranking ATP: en caso de cimentar ese ranking entrará a los cuadros de los Slams. Formado en el Edison Lawn Tenis de Mar del Plata, el jugador de 23 años trabaja, desde hace un tiempo, junto con Sebastián Gutiérrez, cuya base neurálgica es la oficina de la Seba Gutierrez Academy que tiene en las entrañas del Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA).
«Mi máxima motivación es sacar lo mejor de las personas. Nosotros vamos atrás de los sueños del jugador pero somos el vehículo para que el jugador crea que esos sueños se pueden cumplir. Me acuerdo que Fran Comesaña se acercaba al 280° y se asustaba; el gran salto que tuvimos con él fue que pudiera romper esa barrera y entrara a la qualy de los Grand Slams (NdR: el ranking aproximado para el ingreso es el 223°). Todos los jugadores tienen sus miedos en todos los niveles. Nuestro laburo es romper eso, con trabajo, con inteligencia, con respeto y con un equipo fuerte», analizó el coach de 45 años, en diálogo con Página/12.
Surgido en el club Arquitectura, Gutiérrez configuró una pieza muy relevante en el proyecto deportivo-dirigencial de la Asociación Argentina de Tenis (AAT) que logró saldar la histórica deuda en la Copa Davis 2016. Como parte del cuerpo técnico del ex capitán Daniel Orsanic, absorbió conocimientos y alimentó su carrera personal con una máxima: ganar la Davis no le cambió la vida. El cúmulo del logros, desde el silencio y lejos de las luces, es asombroso: además del reciente éxito de Comesaña el entrenador condujo el camino del número uno sudamericano Sebastián Báez –actual 19° del mundo y seis veces campeón en el nivel ATP– y estimuló la resurrección del brasileño Thiago Seyboth Wild (63°), quien había decaído tras una turbulenta denuncia por violencia doméstica.
¿Cuál es la clave del éxito de su trabajo? La respuesta tiene inherencia con el vínculo espiritual y personal con sus jugadores: «La parte fundamental es la confianza. El jugador tiene confianza con vos cuando ve que tenés conocimiento y cuando ve que sos real, que sos genuino, que sos buena gente y que vas a estar con él si gana o si pierde. Yo trabajo mucho adentro de la cancha pero también afuera de ella: siempre decimos que los torneos se ganan en la oficina. Más allá de eso soy un fanático de pasar horas en la cancha; la confianza la lográs con esas charlas».
La claridad de conceptos que ofrece Gutiérrez resulta un gran diferencial. Apunta directo a la entereza emocional del jugador: sabe de lo que habla y habla de lo que sabe para alimentar la confianza. Y, sobre todo, está convencido del sendero que debe recorrer para desarrollar los proyectos que lo seducen. Por eso no trabaja con cualquiera: los lazos personales le parecen un factor sustancial.
Y lo explica con suma transparencia: «Para comprometerme con un proyecto tengo que ver que el jugador esté convencido de elegirme como entrenador y, al mismo tiempo, que a mí el jugador me cierre: tener química con él, que tenga proyección y que sea buena gente. Uno invierte mucho tiempo en un proyecto y es muy dificil sostenerlo en el tiempo si no hay un feedback a nivel personal. A mí me divierten los proyectos a largo plazo: priorizo la conexión con el jugador antes que otra cosa, más allá de la plata».
En el equipo de trabajo que lidera, entre otros grandes entrenadores y profesionales, hay dos piezas fundamentales: el preparador físico Martiniano Orazi, acaso el mejor del país en su rubro –trabajó con Juan Martín Del Potro y Diego Schwartzman, por caso– y el ex jugador y entrenador Javier Frana, un profesional de altísimo prestigio en el ambiente. «Lo más importante es trabajar en equipo y sacar lo mejor de cada uno, por ejemplo con Javier Frana, como una persona que trabaja conmigo y charla mucho en el día a día. Él tiene algunos años más que yo y lo tomo como un consejero que ha vivido muchas experiencias. Me ayuda mucho», profundiza el coach.
Ahora, en su horizonte a mediano plazo, se sumaron otros dos grandes desafios, dos jugadores con cierta trascendencia a futuro: la marplatense Solana Sierra, la joya del tenis femenino nacional –de 19 años y actual 175ª del ranking WTA– y el porteño Bautista Torres –de 22 años y 469°; ex 226°–. Sacar lo mejor de los tenistas que lo eligen como guía es constitutivo de sus propios incentivos. «Mi motivación personal es ser la mejor versión que yo pueda ser. Para eso trabajo, escucho, pregunto, saco información, veo cómo trabajan otros jugadores. Quiero ser mi mejor versión para ayudar a cada jugador que entreno», asevera.
El proyecto Báez
«Yo por Seba siento una gran admiración por lo que transmite cuando juega. Si yo fuera chico sería mi ídolo«, dijo alguna vez Gutiérrez, una porción elemental del sendero que recorrió Báez desde que era un niño hasta convertirse en el mejor tenista de la región. La fortaleza primodial del jugador nacido en Billinghurst, partido de San Martín, radica en la parte mental, una base sólida para romper todo tipo de lógica.
«Seba y yo somos un ejemplo de que se puede. Ambos demostramos que, con humildad y con laburo, se puede. Seba viene con un biotipo poco común: es más bajo (NdR: mide un 1m70), pero el tipo demuestra que se puede. Yo no estuve 10° del mundo como tenista y mi experiencia como entrenador les muestra a otros que se puede», remarcó el coach.
El control de las emociones no resulta menor en el tenis actual. Más bien lo contrario. Y Báez lo explicó a la perfección: «La parte mental es más que el juego y el físico. Es un cinco por ciento más: sin juego, por más que tengas cabeza, no vas a poder jugar. Pero hay que estar emocionalmente bien».
Para su impulso personal el plus fue el propio Gutiérrez, a quien conoció cuando tenía apenas 14 años y el entrenador trabajaba en el departamento de Desarrollo de la AAT. No hay vuelta que darle en la cabeza de Báez, que lo recordó meses atrás con este medio: «Era inconsciente y no hacía las cosas bien. Fue un cambio para mí. Nadie me había enseñado cómo hacer las cosas. Fue el primer clic: no mío sino de Seba, que me lo mostró. Si miro para atrás digo: ‘Me salvó’. Me puso donde estoy hoy. Fue el comienzo de algo nuevo».
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