La decisión del presidente Javier Milei de cambiar el nombre del Centro Cultural Kirchner (CCK) por el de Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento merece ser elogiada, pero es necesario también reparar en algunos defectos.
Hace ya mucho tiempo que venimos señalando desde estas columnas la necesidad de cambiar el nombre al monumental palacio donde históricamente funcionaba el Correo Argentino. Resultaba más que interesante destinar esa exquisita obra de arquitectura a un centro cultural que cobijara a todos: artistas de las más variadas aristas y procedencias, y ciudadanos y visitantes extranjeros ávidos de disfrutar de la vastedad de nuestra cultura. Dar cabida a ese intercambio tan amplio no podía –ni debía– quedar asociado a un nombre como el de Kirchner, porque de lo que se trató en definitiva fue de apropiarse de un espacio de todos para la identificación de una facción política.
Ni qué decir cuando comenzaron a develarse los groseros hechos de corrupción por los que fueron condenados funcionarios kirchneristas. Muchísimas personas padecieron la incomodidad de ingresar al CCK y ver en la entrada una enorme placa que enumeraba, entre otros y casi a manera de homenaje, los nombres de Julio De Vido y de José López, como factótums políticos de la reinauguración, ambos condenados por la Justicia por graves delitos cometidos contra las arcas públicas.
También dentro del palacio fue instalada una estatua de grandes dimensiones dedicada a Néstor Kirchner. Originalmente, había sido erigida en el ingreso de la sede de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en Ecuador, hasta que los legisladores de ese país sancionaron una ley para sacarla del lugar. “No es un buen ejemplo, no representa nuestros valores, es una apología de la corrupción”, dijeron. Hacia fines de 2023, tal estatua fue retirada también del CCK. Parte del kirchnerismo culpó de su remoción a quienes desde hace diez meses integran el actual gobierno. Funcionarios de Milei aseguran que fue la propia Cristina Kirchner quien decidió que se la mudara y hoy se encuentra instalada en el municipio de Quilmes, a cargo de Mayra Mendoza. Ese lamentable derrotero no hace más que confirmar el carácter político de la nominación de un centro cultural que debió llevar otro nombre. Por ejemplo, el que se barajaba antes de concluida la remodelación: Centro Cultural del Bicentenario.
Cabe recordar que también había surgido la idea de bautizarlo Centro Cultural Néstor Kirchner, un exceso de personalismo. La presión social obligó a sus cultores a ceder una mínima parte de su ya pronunciada fascinación por seguir imponiendo el nombre completo del expresidente a cuanta obra se inaugurase, aunque fuera una alcantarilla. Y así resignaron el “Néstor” para que solo quedara CCK. Una parodia de pudor tardío, pues la identificación con una parte de la política iba a quedar plasmada de todos modos.
Ahora es el presidente Milei quien concreta la idea que también había sido analizada durante el gobierno de Mauricio Macri: el cambio de nombre del CCK. Mediante un decreto de necesidad y urgencia, dispuso que se llame Palacio Libertad Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento. Difícil resulta justificar la urgencia de este decreto ante la inminencia de la conmemoración del aniversario de la asunción de Sarmiento como presidente de la Nación, el 12 de octubre de hace 156 años. De haberlo propuesto al Congreso con el debido tiempo, se hubiera evitado dictar un instrumento que solo debe usarse, como dice la Constitución, cuando existen circunstancias excepcionales que impiden seguir el procedimiento de sanción de las leyes.
No hay cultura que pueda desarrollarse y divulgarse con orgullo si se la constriñe a la identidad política de un sector. Un centro de este tipo debe ser pensado para la comunidad en su conjunto, para albergar tanto las coincidencias como las disidencias. La cultura no tiene dueño; es patrimonio de todos.
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