domingo, 12 enero, 2025
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Lacalle Herrera y el liberalismo perdido: las reformas que pudieron cambiar a Uruguay

 Por: Rodrigo Rial. 
 

Cuando Luis Alberto Lacalle Herrera asumió la presidencia de Uruguay en 1990, el país se encontraba en una encrucijada histórica. Veníamos de salir de la dictadura y del primer gobierno democrático liderado por Julio María Sanguinetti, que, si bien devolvió la institucionalidad, no hizo demasiado para transformar la economía. El Uruguay de principios de los 90 venía arrastrando décadas de estancamiento, una crisis económica feroz en los 80, una deuda externa que no podíamos manejar, altos índices de desempleo y un aparato estatal que era más un lastre que una ayuda.

En este escenario, Lacalle propuso un programa de reformas con el objetivo de realizar un cambio radical: menos Estado, más mercado. Su visión era modernizar al país y alinearlo con un mundo que ya estaba en plena globalización. Pero estas propuestas cayeron en un clima de desconfianza y rechazo. Para muchos, parecía una amenaza más que una oportunidad.

Treinta años después, y viendo nuestra realidad actual, nos queda la gran pregunta: ¿qué hubiera pasado si Uruguay hubiera decidido apostar por esas reformas?

Un país atrapado en el pasado

A principios de los 90, Uruguay era un país de manos atadas por un Estado enorme. Telecomunicaciones, energía, banca y combustibles eran monopolios públicos. Estos sectores, aunque considerados símbolos de nuestra soberanía, no servían ni para dar un servicio eficiente ni para resolver los problemas de la gente.

Lacalle Herrera propuso un cambio drástico: privatización de empresas, apertura comercial y una reforma al mercado laboral. La idea era liberar recursos del Estado para concentrarlos en áreas clave, mientras el sector privado tomaba un rol más protagónico.

Pero la resistencia fue feroz. Los sindicatos, la izquierda y un buen pedazo de la sociedad veían estas reformas como un peligro para los derechos laborales y las conquistas sociales. El plebiscito de 1992, en el que se consultó a la población sobre la privatización de ANTEL, marcó un punto de no retorno. La sociedad votó en contra de abrirle la puerta al mercado, y esa decisión sigue marcando el rumbo económico del país.

El contexto internacional: ¿qué hacía el resto de la región?

Mientras tanto, en América Latina, se vivía una ola de reformas impulsadas por el “Consenso de Washington”. En países como Argentina con Menem, y Brasil con Cardoso, se tomaban decisiones de privatización, apertura de mercados y ajuste fiscal que no eran populares, pero sí necesarias.

Chile, que empezó a reformarse en los 80, era un ejemplo de éxito. Gracias a esas reformas, atrajo inversiones extranjeras y se modernizó rápidamente.

En cambio, Uruguay optó por la cautela. Un modelo más conservador que, si bien garantizó estabilidad, limitó el crecimiento a largo plazo. Mientras otros países avanzaban a pasos agigantados, nosotros seguimos dando vueltas en un sistema que priorizaba la tranquilidad antes que el progreso.

El legado de Lacalle Herrera: visión y resistencia

Luis Alberto Lacalle Herrera entendió que Uruguay no podía seguir adelante con un Estado tan grande y una economía tan cerrada. Su visión de modernización era una apuesta por el futuro. Pero chocó con una sociedad que, heredera del batllismo, desconfiaba del mercado y veía al Estado como el único garante de la justicia social.

Uruguay tiene que estar abierto al mundo, no podemos ser una chacra cerrada”, decía Lacalle. Esta frase sintetiza su visión de un país que no se podía seguir mirando el ombligo, sino que debía integrarse al comercio global para competir en igualdad de condiciones.

Sin embargo, la incomprensión y el miedo al cambio frenaron esas reformas. Los efectos de esa resistencia se siguen sintiendo: altos impuestos, un mercado laboral rígido y empresas públicas que muchas veces no responden a las demandas de la gente.

¿Qué habría pasado si Uruguay hubiera tomado otro rumbo?

Es inevitable preguntarse cómo sería Uruguay hoy si las reformas de los 90 hubieran prosperado. Podríamos haber sido un país más dinámico, con empresas públicas modernizadas y un clima de inversiones mucho más competitivo. Tal vez estaríamos mejor preparados para enfrentarnos a un mundo globalizado.

Pero optamos por la seguridad de un modelo que, si bien garantizó algo de estabilidad, sacrificó el crecimiento a largo plazo. ¿Fue una decisión prudente o fue simplemente miedo a apostar por fuera de lo conocido? Esa es una pregunta que seguimos respondiendo como sociedad.

El paralelismo con Javier Milei: lecciones desde Argentina

Hoy, cuando vemos lo que pasa en Argentina con Javier Milei, vemos que las reformas liberales que Lacalle intentó en su momento, hoy se toman como una necesidad urgente en el país vecino. Mientras en Argentina el liberalismo llega como una última carta para salvar la economía, en Uruguay se tuvo la oportunidad de implementarlo cuando estábamos más estables, pero la dejamos pasar. 

El caso de Milei es una lección de lo que pasa cuando se resiste al cambio: puede que al principio parezca una mala decisión, pero, tarde o temprano, la postergación del cambio puede salir más cara.

Conclusión: el futuro que todavía podemos construir

Luis Alberto Lacalle Herrera no fue un político perfecto, pero fue un visionario. Su legado no debe verse como el de un presidente que fracasó, sino como el de un líder que intentó transformar a Uruguay a pesar de las resistencias.

Hoy, con los desafíos que tenemos encima, su experiencia nos deja una lección crucial: el progreso exige valentía y disposición al cambio. Uruguay tuvo su oportunidad en los 90, pero la dejó pasar. Ahora, la gran pregunta es si seremos capaces de aprender de la historia y no cometer el mismo error otra vez.

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