lunes, 27 enero, 2025
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La Constitución del 94, en la mira de Javier Milei

“De todas las pasiones, el odio hacia el antiguo régimen fue la suprema. No importa lo mucho que la gente sufrió y se estremeció. En todo momento consideraron el peligro de un retorno del viejo orden como el peor de los males de su tiempo”.

Alexis de Tocqueville.

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Javier Milei celebra. Las encuestas marcan un respaldo robusto a su gestión (particularmente al ajuste); la economía real se recupera y los indicadores financieros le sonríen. Su figura resulta de interés internacional, como ha quedado de manifiesto en el acto de asunción de Donald Trump y en el Foro de Davos. Kristalina Georgieva, la directora gerenta del FMI, le ha prodigado elogios y aceleró el ritmo de las negociaciones para cerrar un nuevo acuerdo que contribuya a fortalecer las reservas del Banco Central. El año electoral comienza con expectativas favorables respecto a la posibilidad de incrementar el número de sus diputados y senadores en el Congreso Nacional, más allá de la incertidumbre respecto de las negociaciones con el PRO y el radicalismo.

El Presidente cedió a la euforia afirmando ante la agencia Bloomberg que, si las elecciones se realizaran ya, ganaría con el 50% de los sufragios. Parece estar dispuesto a sacar el máximo provecho de su ventaja acelerando las medidas habilitadas por la ley Bases y los DNU: deep motosierra, desregulación, apertura y privatizaciones. Siente que este es su mejor momento y el peor del “antiguo régimen”. Si las urnas confirmaran sus expectativas, nada impediría la aspiración a la reelección. Resulta verosímil suponer que el “vamos por todo” libertario incluye, más tarde o más temprano, liquidar la reforma constitucional del 94. Ponerle fin al fruto del Pacto de Olivos sería el corolario de “la batalla cultural”, el archivo de la Carta Magna sancionada por una casta fiscalmente depravada y culturalmente woke. En el imaginario de los ideólogos de La Libertad Avanza se trata de una tarea reparadora antes que reformista, un acto de desagravio a la visión alberdiana de 1853.

El acuerdo noventista fue –en esta perspectiva– un “toma y daca” oneroso que para habilitarle la reelección a Carlos Menem cedió a las pretensiones socialdemócratas de Raúl Alfonsín: defensoría del pueblo, tercer senador, Jefatura de Gabinete, organismos de control, incorporación de acuerdos internacionales, nuevos derechos, estatus de los partidos políticos, reconocimiento de los pueblos originarios, etc. Y, entre las deficiencias estructurales suman la cláusula transitoria que eterniza en la práctica el actual régimen de coparticipación federal de impuestos, señalado como un incentivo a la “depravación fiscal”. En múltiples ocasiones el presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, José Luis Espert, se ha manifestado a favor de suprimir lisa y llanamente la llamada “copa”, opinión que ha sido defendida en el pasado por el mismo Milei. Pero existe una necesidad en la estructura narrativa del fenómeno mileísta de proponer objetivos refundacionales para legitimarse ante su propia audiencia, alimentando el antagonismo con sus adversarios, a los que califica de enemigos.

La rediscusión de todo el andamiaje jurídico e institucional sería la escenificación indispensable para exponer el combate entre “las dos Argentinas”, estresando al máximo los contrastes para obligar una definición plebiscitaria. La crisis de la democracia de partidos habilitó la inflamación épica y la apelación a emociones fuertes. Se trata de un fenómeno nacional y global. La moderación es sinónimo de tibieza, de complicidad con el statu quo que castiga a la gente común en beneficio de las élites políticas tradicionales.

Las injusticias sistémicas son atribuidas “a lo políticamente correcto”, desligando cualquier responsabilidad de los ricos y poderosos, presentados como héroes acosados por burócratas villanos que solo quieren entorpecer con impuestos y regulaciones la innovación y el progreso. La escenificación de Trump constituye el punto más alto de elaboración de esa visión del mundo que encuentra en la desmesura y en la desregulación emocional su estética más lograda. El republicano inició su segundo período prometiendo una nueva edad de oro para los estadounidenses, asegurando que su misión será revertir la “horrible traición” que acometieron los demócratas. Alega que fue salvado por Dios en el atentado sufrido meses atrás para “hacer grande a los Estados Unidos otra vez”. (Para la derecha internacional está claro que “Dios no es neutral”). Todo esto ante la presencia en primera fila de Elon Musk, de Tesla; Tim Cook, de Apple; Mark Zuckerberg, de Meta; Jeff Bezos, de Amazon; Sundar Pichai, de Google, y Shou Zi Chou, de Tik Tok.

Estos hipermillonarios, capitalistas de la nube, aplaudieron de pie las disposiciones contra la inmigración, las políticas de género, las ambientales, la condena a la “ideología woke” y la renuncia a la Organización Mundial de la Salud. Desde su ubicación preferencial en el Capitolio, Javier Milei aprobaba, aplaudía y reafirmaba sus convicciones: subir siempre la apuesta, plantear el antagonismo en términos morales y apelar a la sublimación de las identidades intensas. Resulta indispensable ese contexto para interpretar sus declaraciones y posteos: “Los vamos a ir a buscar hasta el último lugar del planeta, zurdos hdp”, “la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil” y la promesa de presentar un proyecto de ley para eliminar la figura de femicidio, los documentos no binarios y el cupo trans.

Se trata de calculadas invitaciones a la pelea porque el combate agonista es inherente a la dinámica populista. Sabe que cuenta a su favor con el descrédito de sus principales oponentes, precisamente los primeros que salen a responderle. Confía en que el espíritu de la época está de su lado. Cualquier llamado a la prudencia lo descarta con desprecio. Reescribir la historia mediante una nueva Constitución se presenta como el corolario inevitable de sus objetivos y estilo de liderazgo.

Y de un tiempo cuya duración desconocemos, donde el consenso ha perdido poder de seducción.

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