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Javier Milei aprende o se traiciona?

¿Javier Milei aprende o se traiciona? El debate parlamentario de la nueva versión de la Ley Bases y el paquete fiscal expone al Presidente a esa pregunta. Y ninguna de las dos respuestas posibles es inocua. Desde afuera de la política, es decir, en la vereda de enfrente a la casta, para la gente, aprender y negociar, es decir, hacer política, es traicionarse, y traicionar a su vez las promesas de intransigencia. Sinónimos que para Milei son un callejón sin salida. Había llegado para otra cosa.

Si la Ley Bases no pasa la votación del Congreso, Milei deberá volver a blandir el latiguillo del principio de revelación. A casi cinco meses de su asunción, esa justificación se va quedando vacía de contenido: si el principio de revelación es la única política pública que tiene Milei, no sólo el Presidente está en problemas. La Argentina, también.

De repetirse el fracaso en la aprobación parlamentaria, no es solo un problema atribuible al principio de revelación de tongos o de intereses de una oposición dura que critica cuando es, en realidad, parte responsable de la pesada herencia. Además, será peor la derrota en la medida en que el proyecto de ley actual es más lánguido que la versión original: se convertirá en una muestra de la imposibilidad del gobierno para darle curso legal a sus propuestas. Ni negociando y adelgazando sus pretensiones lograría pasar leyes. El desafío que se inició este lunes y se definirá este martes mayúsculo.

Esa dificultad parlamentaria también es la revelación del problema de origen de la presidencia de Milei: un gobierno que logró pasar al balotaje pero con la debilidad territorial de la primera vuelta, que no le reconoció representación para el Congreso y las gobernaciones. En la mayoría de los casos, ni candidatos tuvo. Ese es el problema más estructural del gobierno de Milei, el que verdaderamente puede condicionar el margen de maniobra: sin leyes, no hay institucionalización de su visión y de las reformas con las que sueña para alinear a la Argentina con los planetas de las economías razonables del mundo. Sin leyes, la incertidumbre coyuntural puede volverse permanente. En ese escenario, se fugan hacia el horizonte un auxilio más decidido por parte del FMI o la lluvia de inversiones.

Desde que salió segundo en la primera vuelta, Milei supo que, de triunfar como lo hizo, asumiría sin fuerza en el Congreso. La dificultad para aprobar la Ley Bases es una muestra clara de un gobierno que desde el vamos debió integrar ese dato en la visión de su futura gestión. Milei pudo optar por la negociación desde el día uno o dedicarse a romper. Prefirió, al principio, la lógica de romper siempre, rendirse jamás: la retirada del proyecto inicial de la Ley Bases el 6 de febrero tuvo que ver con ese modus operandi.

Con el correr de su gestión, Milei optó por una combinación: romper en público, negociar en privado. Para la negociación tras bambalinas, quedó Santiago Caputo y Guillermo Francos, el Pichetto de Milei, reivindicado ahora, después de las semanas iniciales del gobierno, cuando los hábitos de la negociación política eran vistos más como automatismos de la casta que había que depurar. A la intransigencia pública, se la reservó Milei.

¿Esa doble vía es aprendizaje o traición? Es, en realidad, el peso de una lección que todo político de carrera sabe desde siempre: que el poder es ingrato y que el pragmatismo, sobre todo cuando se es débil en el Congreso, es el único camino.

La Ley Bases y las dificultades que enfrenta para su aprobación también es la prueba de otra dimensión estructural del gobierno de Milei. Se nota en la marcha atrás en el tema Ganancias: porque Milei siempre supo de su debilidad territorial, en 2023 hubo acercamientos con Massa para afrontar las PASO con fiscales prestados. En septiembre, un mes después de las PASO y uno antes de la primera vuelta, Massa logró la media sanción para la reforma del impuesto a las ganancias con los votos de Milei y de la izquierda, la alianza menos pensada. Trotskismo por izquierda y por derecha.

Las PASO de Milei fueron el resultado de una alianza con el entonces ministro de Economía y candidato, que le permitió una fiscalización que, de estar en soledad, no habría logrado. Fue clave para avanzar, exitoso, en aquella elección de tres platos. Los primeros cinco meses del gobierno de Milei son el resultado de la debilidad originaria: un candidato que creció a velocidad de la luz en base a impacto popular mediático a nivel nacional, pero sin raigambre territorial propia.

Para el territorio, se necesitan alianzas. Pro las encontró en el radicalismo y formó Cambiemos. Milei las encontró en Massa para su aventura federal, y en Juntos para el Cambio para su triunfo nacional. El gobierno de Milei tiene legitimidad de origen, sin dudas, pero está claro que nació con una alita rota: eso le complica la legitimidad de gestión que necesitaría refrendar en el Congreso.

La gobernabilidad en la Argentina de Milei se acomodó a esos dos planos distintos. En la abstracción del plano nacional, Milei gobierna con el látigo de la batalla cultural: lleva la intransigencia a esa esfera gaseosa, lo retórico y lo nacional, donde los costos de ese temperamento son mucho menores y tiene algo para ofrecer en lo identitario.

Porque Milei nunca fue Presidente, todavía puede vanagloriarse de no haber contribuido a la debacle nacional. En ese nivel nacional, Milei puede jugar al límite. Cuando necesita el voto territorial de diputados y senadores, ya aprendió que no queda otra que negociar: así funciona la política.

Por eso la marcha universitaria es un hito clave en la gestión de Milei: fue la primera movilización masiva embanderada detrás de una causa nacional, protagonizada, en buena medida, por votantes que lo eligieron para presidente, que le puso un límite a Milei.

Al desafío de no tener territorio, se le sumó ahora el riesgo de perder consistencia como la ilusión política dominante en el plano nacional. El tiro de la intransigencia le salió por la culata. Por eso la lógica de negociar en privado y romper en lo público tuvo una variación y fue sustituida por otra: por primera vez, también Milei dio marcha atrás en lo público.

“Causas nobles. Motivos oscuros”, posteó en X al día siguiente de la marcha universitaria: la causa noble era “defender las universidades”, aclaró en una entrevista. En ese posteo, negó cualquier intención de cerrar las universidades. Ese descenso del caballo de la intransigencia no era suficiente todavía para desactivar completamente una confrontación que había alimentado durante semanas y se le fue de las manos. Pero con ese posteo Milei se postró por primera vez ante una consigna “socialista”, según sus términos, que en otro contexto habría rechazado de plano: “universidad libre, gratuita y laica”.

Y el domingo, en una entrevista con Horacio Cabak, fue todavía más explícito. “Jamás pensamos en cerrar las universidades públicas, jamás pensamos en desfinanciarlas y tampoco las vamos a arancelar”, se preocupó por aclarar.

Las riendas universitarias

Esta vez, lo privado también se expuso: el lunes, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, y el secretario de Educación, Carlos Torrendell, acortaron distancias con la comunidad universitaria con la velocidad de un rayo. Hubo reunión privada con el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, y foto para mostrar el decidido cambio de rumbo en la relación con las universidades. La semana pasada, el polémico subsecretario de Políticas Universitarias, Alejandro Álvarez, ya había quedado marginado: se movía en privado pero lo que menos hacía era negociar. Este martes habrá reunión Pettovello y Torrendell con el Consejo Interuniversitario Nacional, el CIN.

Detrás de toda esa amabilidad política recién estrenada, había un objetivo coyuntural y otro de largo plazo. El de coyuntura, bajar la tensión en el tema universitario para no alentar riesgos de deserciones en el radicalismo justo cuando se vota la Ley Bases. El de mediano plazo, recomponer el vínculo entre Milei y parte de sus votantes, sobre todo los más jóvenes, que no acompañaron al Presidente en esa “domada” al mundo universitario.

Esa marcha atrás de Milei llamó la atención. Es un modus operandi distinto que tiene más chances de no ser percibido como traición, sino como un aprendizaje algo más bienvenido de los tiempos políticos y de la naturaleza de su electorado. La marcha resultó un dato político clave.

Para el Gobierno, había que salir del manejo político para devolverle el tema a Capital Humano y recurrir al diálogo y al “profesionalismo”, según la síntesis de una fuente que conoce los debates sobre la crisis universitaria de la semana pasada dentro del gobierno. “Profesionalismo” quiere decir varias cosas: por un lado, poner al CIN y al rector de la UBA como interlocutores. Por el otro, correr a Emiliano Yacobitti, el vicerrector de la UBA, más politizado en sus planteos, de la línea de diálogo. Y también al subsecretario Álvarez. “No mezclar”, aclara la fuente. Álvarez mezclaba su militancia libertaria en el diálogo con las universidades.

Entre la crisis universitaria y el tratamiento de la Ley Bases en el Congreso, esta semana culmina una etapa inicial de la presidencia de Milei: ya no los clásicos cien días de luna de miel de toda nueva gestión, sino casi 150 días para entender si la presidencia de Milei encuentra o no el camino hacia la institucionalización de su visión de la Argentina.

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