El 6 de diciembre, Agustín Nahuel Gallo se subió a su auto, un Fiat UNO patente NET014. Eran las 15.47 de la tarde en Mendoza, y al hombre le esperaba un viaje más que largo: tenía que atravesar dos países más hasta llegar a su destino final. Algunas horas después el gendarme, un cabo primero que se desempeña en el escuadrón número 27 en Uspallata, llegó a Santiago de Chile. Ahí dejó su auto y entró al aeropuerto: viajar desde el país vecino hasta Colombia es más barato y más práctico que hacerlo desde Argentina. A las 0.50 del 7 de diciembre Gallo se subió a un avión.
En algún momento de esa madrugada la aeronave estacionó en Bogotá. El gendarme iba a pasar todo ese día demorado en aquel aeropuerto, hasta que a las 22 se subió a otro, con destino a Cúcuta. Esta ciudad, de casi 800 mil habitantes, tiene varias particularidades: por un lado es una de las más pobres de su país, primera en el ranking de personas en condición de calle, y por el otro viene recibiendo un aluvión de turistas e inmigrantes en los últimos años, en especial luego del 28 de julio.
Aquel día fueron las elecciones en Venezuela, en las que el régimen chavista se impuso a la fuerza y contra cualquier garantía de transparencia democrática. Desde entonces, muchos exiliados escapan por Cúcuta, y algunos otros pasan por ahí para llegar hasta Venezuela. Es que esa ciudad, en el norte de Colombia, es uno de los pasos fronterizos más usados para arribar a la nación vecina. Agustín Gallo tenía ese plan, aunque el motivo todavía está en disputa.
Casi dos días después de iniciado su recorrido, a las 5.30 de la madrugada, Gallo encaró hacia el Puente Internacional Simón Bolívar. Iba hasta ahí con un taxista de origen venezolano, aparentemente de nombre Carlos, que luego la esposa del gendarme diría que había sido contado por ella para facilitar la llegada de su esposo. Eso, de cualquier manera, jamás sucedió.
A las 7 de la mañana Gallo hizo el control migratorio para entrar en Venezuela, y ahí fue cuando empezó a desenvolverse lo que ya es un escándalo de proporciones internacionales: le quitaron su celular, su equipaje y lo dejaron demorado. A las 10.57 del 8 de diciembre, un mensaje llegó al celular de Alexandra Gómez García, la pareja de Gallo que había vuelto a su país natal para cuidar a su madre unos meses atrás. Era del teléfono del taxista que había contratado, aunque el destinatario decía ser el gendarme.
Gallo le contó lo que estaba sucediendo y le dijo que le estaban por realizar otro careo. Esa fue la última vez que su mujer habló con él. Después de que ella hiciera pública su denuncia, el Gobierno argentino denunció un “secuestro ilegal” y arrancó así una nueva pulseada con el chavismo. El final todavía es incierto, incluso en varios sentidos: el caso se coló hasta en la interna oficial.
Laberinto
“Jamás habría autorizado a un gendarme a ir a Venezuela. Lo que está ocurriendo es la consecuencia tristemente obvia, pero como no soy del área de Seguridad no opino”. La que escribió este mensaje en su cuenta en X fue ni más ni menos que Victoria Villarruel. La vicepresidenta, quizá todavía dolida porque Milei no le cumpliera la promesa que le hizo en público y en privado de otorgarle el manejo de las carteras de Defensa y de Seguridad, disparó contra Patricia Bullrich.
Esto ocurrió en la tarde del 19 de diciembre, cuando el caso ya había copado la discusión mediática. Bullrich le contestó con dureza y volvió a agitar la interna contra la vicepresidenta. 11 días después de la detención de Gallo -al momento del cierre de esta edición-, el caso continúa envuelto en un misterio. Más allá de los datos relatados en el inicio de la nota, chequeados con la información de sus viajes y de su salida del país, el resto es objeto de disputa.
La versión que da la mujer de Gallo, que es la misma que tiene el Gobierno de Milei, es contrastada con dureza por la dictadura venezolana. “Como les ha dolido, les dolió”, lanzó Diosdado Cabello, ministro de Interior de ese régimen y uno de sus portavoces, el 17 de diciembre. “Les dolió porque venía a cumplir una misión y le hemos dado un golpe duro”, lanzó, asegurando que Gallo era un espía enviado por el gobierno argentino en una “operación terrorista”.
Desde entonces se trenzaron en un duro ida y vuelta con Bullrich. Cabello la llamó “fascista enferma” y ella le dijo “lacayo de una dictadura criminal” y avisó que era “un acto casi de guerra”. La ministra terminó mostrando los ocho viajes que había realizado Gallo fuera del país en los últimos seis años, replicando la versión que había dado el venezolano de que el gendarme vivía recorriendo el globo.
La situación ahora está en un hervidero. El Gobierno argentino asegura que Gallo está detenido ilegalmente en una base de inteligencia en Tachira, mientras que los venezolanos se niegan a dar ninguna pista. El canciller Gerardo Werthein, que también criticó con dureza al chavismo, está pidiendo a terceros que intercedan: Colombia y Brasil (que se hizo cargo de la embajada argentina en Caracas luego de que el mileísmo desconociera los resultados electorales del chavismo) son los apuntados, aunque la negociación viene trabada. Por ahora, el gendarme Gallo se queda en Venezuela.