jueves, 28 agosto, 2025
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El exprisionero de guerra de 95 años forzado a vivir en Corea del Sur que busca regresar al Norte para morir

En una calurosa mañana en agosto, una multitud inusualmente numerosa se congregó en la estación de Imjingang, la última parada de la línea de metro metropolitano de Seúl, la más cercana a Corea del Norte. Había decenas de activistas y policías, con la atención puesta en un solo hombre: Ahn Hak-sop, un exprisionero de guerra norcoreano de 95 años que volvía a casa, al otro lado de la frontera que divide la península coreana.

Era lo que Ahn llamaba su viaje final: quería volver al Norte para ser enterrado allí, después de haber pasado la mayor parte de su vida en Corea del Sur, gran parte de ella en contra de su voluntad. Nunca llegó a cruzar: fue rechazado, como era de esperar, porque el gobierno surcoreano dijo que no tenían tiempo suficiente para hacer los trámites necesarios. Pero Ahn se acercó todo lo que pudo.

Debilitado por un edema pulmonar (acumulación de líquido en los pulmones), no pudo realizar la caminata de 30 minutos desde la estación hasta el Puente de la Unificación -o Tongil Dae-gyo-, uno de los pocos pasos que conectan Corea del Sur con el Norte. Así que se bajó del coche a unos 200 metros del puente y recorrió el tramo final a pie, flanqueado por dos simpatizantes que lo sostenían.

Volvió con una bandera norcoreana en la mano, una imagen poco habitual y disonante en el Sur, y se dirigió a los periodistas y a la veintena de voluntarios que habían acudido en su apoyo. “Solo quiero que mi cuerpo descanse en una tierra verdaderamente independiente”, indicó. “Una tierra libre del imperialismo”.

Ahn Hak-sop tenía 23 años cuando fue capturado por los surcoreanos. Tres años antes estaba en el instituto cuando el entonces gobernante norcoreano Kim Il-sung atacó el Sur. Kim, que quería reunificar las dos Coreas, movilizó a sus compatriotas afirmando que el Sur había iniciado el ataque de 1950.

Ahn estaba entre los que le creyeron. Se alistó en el Ejército Popular de Corea del Norte en 1952 como oficial de enlace, y luego se le asignó una unidad que fue enviada al Sur. Fue capturado en abril de 1953, tres meses antes del armisticio, y condenado a cadena perpetua ese mismo año. Más de 42 años después fue liberado gracias a un indulto especial el día de la independencia coreana.

Los soldados norcoreanos fueron tomados como prisioneros por soldados estadounidenses en 1953, el mismo año en que Ahn fue capturadoUniversal History Archive/Universal Images Group via Getty Images

Como muchos otros presos norcoreanos, Ahn también fue etiquetado como “cabeza roja”, en referencia a sus simpatías comunistas, y tuvo dificultades para encontrar un trabajo adecuado.

No fue fácil, le dijo a la BBC en una entrevista en julio. El gobierno no ayudó mucho al principio, señaló, y los agentes le siguieron durante años. Se casó e incluso adoptó a un niño, pero nunca sintió que realmente perteneciera a su familia. Durante todo ese tiempo, se instaló en un pequeño pueblo de Gimpo, lo más cerca que puede vivir un civil de la frontera con el Norte.

Sin embargo, en 2000 rechazó la posibilidad de ser devuelto al Norte junto con decenas de otros presos que también querían regresar. Entonces era optimista en cuanto a la mejora de los lazos entre ambos países, y a la posibilidad de que sus gentes pudieran viajar libremente de un lado a otro.

Pero optó por quedarse porque temía que marcharse fuera una victoria para los estadounidenses. n“En aquel momento, estaban presionando para que Estados Unidos gobernara [en el Sur]”, afirmó. “Si hubiera vuelto al Norte, habría sentido como si estuviera entregando mi propia habitación a los estadounidenses, desocupándola para ellos. Mi conciencia como ser humano no me lo permitió”.

No está claro a qué se refería, aparte de los crecientes lazos entre Seúl y Washington, que incluyen una sólida alianza militar que garantiza a Corea del Sur protección frente a cualquier ataque del Norte. Esa relación molesta profundamente a Ahn, que nunca ha dejado de creer en la propaganda de la familia Kim: que lo único que impedía la reunificación de la península coreana era un “Estados Unidos imperialista” y un gobierno surcoreano que estaba en deuda con ellos.

Nacido en 1930 en el condado de Ganghwa, provincia de Gyeonggi, durante el dominio colonial japonés de la península coreana, Ahn era el menor de tres hermanos y también tenía dos hermanas menores. El patriotismo arraigó pronto. Su abuelo se negó a que fuera a la escuela porque “no quería hacerme japonés”, recuerda. Así que empezó a ir a la escuela más tarde de lo habitual, tras la muerte de su abuelo.

Cuando Japón se rindió en 1945, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial y a la colonización de Corea, Ahn y su hermano menor, que habían desertado del ejército japonés, se escondieron en casa de su tía, al pie del monte Mani, en la isla de Ganghwa. “No fue una liberación, sino una transferencia del dominio colonial”, afirmó. “Un panfleto [que vimos] decía que Corea no iba a ser liberada, sino que en su lugar se implantaría el gobierno militar estadounidense. Incluso decía que si alguien violaba la ley militar estadounidense, sería castigado estrictamente bajo la ley militar”.

Como la Unión Soviética y Estados Unidos se disputaban la península coreana, acordaron dividirla. Los soviéticos tomaron el control del Norte y los estadounidenses, el del Sur, donde establecieron una administración militar hasta 1948. Cuando Kim atacó en 1950, ya existía un gobierno surcoreano, pero Ahn, como muchos norcoreanos, cree que el Sur provocó el conflicto y que su alianza con Washington impidió la reunificación.

Una vez capturado, Ahn tuvo varias oportunidades de evitar la cárcel: le pidieron que firmara documentos renunciando al Norte y a su ideología comunista, lo que se llamó “conversión”. Pero se negó. “Como me negué a firmar un juramento de conversión por escrito, tuve que soportar humillaciones, torturas y violencia sin fin, días llenos de vergüenza y dolor. No hay forma de describir plenamente ese sufrimiento con palabras”, dijo a la multitud que se había congregado cerca de la frontera en agosto.

El gobierno surcoreano nunca respondió directamente a esta acusación, aunque una comisión especial reconoció la violencia en la prisión en 2004. Las acusaciones directas de Ahn fueron investigadas en 2009 por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Corea del Sur, organismo independiente que investiga las violaciones de derechos humanos cometidas en el pasado, que concluyó que había habido un esfuerzo deliberado para forzar su conversión, que incluía actos de tortura. En Corea del Sur se acepta desde hace tiempo que estos presos suelen sufrir violencia entre rejas.

Después de que Ahn Hak-sop fue rechazado en la frontera habló frente a las cámaras sosteniendo una bandera de Corea del NorteJungmin Choi/BBC

Cuando recuperaba el conocimiento, lo primero que revisaba eran mis manos, para ver si tenían tinta roja», recordó Ahn en su entrevista de julio.

Eso solía indicar que alguien había forzado una huella dactilar en un juramento escrito de conversión ideológica.

“Si no había, pensaba: ‘No importa lo que hayan hecho, gané’. Y me sentía satisfecho”.

El Norte ha cambiado notablemente desde que Ahn se marchó. El nieto de Kim Il-sung gobierna ahora el país, una dictadura solitaria con armamento nuclear que es más rica que en 1950, pero sigue siendo uno de los países más pobres del mundo.

Ahn no estuvo en el Norte durante la devastadora hambruna de la década de 1990, que mató a cientos de miles de personas. Decenas de miles de personas huyeron, llevando a cabo viajes mortales para escapar de sus vidas allí.

Ahn, sin embargo, rechaza la sugerencia de cualquier preocupación por la violación de los derechos humanos en el Norte, culpando a los medios de comunicación de ser parciales y sólo informar sobre el lado oscuro del país.

Afirma que Corea del Norte está prosperando y defiende la decisión de Kim de enviar tropas para ayudar a Rusia en su invasión de Ucrania.

El Sur también ha cambiado durante el tiempo que Ahn lleva allí: antes era una dictadura militar pobre y ahora es una democracia rica y poderosa. Su relación con el Norte ha tenido altibajos, oscilando entre la hostilidad abierta y el compromiso esperanzado.

Pero las convicciones de Ahn no han flaqueado. Ha dedicado los últimos 30 años de su vida a protestar contra un país que, en su opinión, sigue colonizando Corea del Sur: Estados Unidos.

“Dicen que los humanos, a diferencia de los animales, tenemos dos tipos de vida. Una es la vida biológica básica, en la que hablamos, comemos, defecamos, dormimos, etc. La segunda es la vida política, también llamada vida social. Si se despoja a un ser humano de su vida política, no se diferencia de un robot”, le dijo Ahn a la BBC en julio.

“Viví bajo el dominio colonial japonés todos esos años. Pero no quiero que me entierren bajo el dominio colonial [estadounidense], ni siquiera muerto”.

*Por Yuna Ku

Con información adicional de Jungmin Choi en Seúlor Yuna Ku


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